
Mons. Urbanč durante la Solemne Misa Crismal
“Nuestra Caridad Pastoral encuentra su alimento principal y su expresión en la Eucaristía”
“La Eucaristía es el cimiento, la raíz, la cima de nuestra vida sacerdotal, el misterio que llena nuestra existencia porque nos configura con Cristo”, enfatizó el Obispo a los sacerdotes.
En el marco del Año Jubilar, durante la noche del martes 15 de abril, se celebró la Misa Crismal, presidida por el obispo diocesano Mons. Luis Urbanč y concelebrada por todos los sacerdotes de la diócesis, quienes por la mañana participaron de la Jornada Sacerdotal desarrollada en la casa de retiros espirituales Emaús.
Una gran cantidad de fieles laicos y consagrados colmó el templo para participar de esta celebración especial en la que se consagra el Santo Crisma y se bendicen los Óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y los presbíteros renuevan las promesas sacerdotales.
La ceremonia litúrgica fue solemnizada por la Cantoría del Valle, dirigida por el Prof. Exequiel Andrada.
En su homilía, Mons. Urbanč explicó el sentido de la Misa Crismal, manifestando: “Lo que nos congrega en esta celebración vespertina es la bendición de los Óleos con los que ungiremos, a lo largo del año, a los catecúmenos, a los recién bautizados y a los enfermos. Por eso, se reúne todo el santo Pueblo de Dios: laicos/as, consagrados/as y el presbiterio, presididos por el Obispo, para agradecer a Dios el don de la Fe, la Esperanza y la Caridad, recibidas en el Bautismo, con las que somos, en verdad, Peregrinos hacia la casa del Padre Celestial”.
Continuando con su reflexión indicó que “el marco celebratorio lo da el Jubileo Universal por el 2025 aniversario del nacimiento del Hijo de Dios en su condición humana, lo cual le da un particular realce a todo lo que hagamos hoy, en estos días y a lo largo de todo el año… A saber, la renovación de las promesas sacerdotales que harán los presbíteros con su Obispo, agradeciendo el don que nos comparte el Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, a algunos miembros del Santo Pueblo de Dios, para que sigamos siendo sembradores de Esperanza, fortaleza de los débiles, alegría para los tristes, abrazo paterno para los sufrientes, luz para los que deambulan en la oscuridad… misericordiosos con los pecadores, acogedores y bien dispuestos con los agresivos e intolerantes, pacíficos y pacificadores en situaciones de conflicto, amantes y defensores de la vida en cualquier circunstancia, tiernos y amables con los más pobres y necesitados, verdaderos padres y custodios de los niños, ancianos y enfermos, en fin, pastores con olor a oveja porque no se cansan de buscar a la perdida, sanar a la herida, integrar a la solitaria, alimentando siempre al rebaño con la Palabra de Dios, los Sacramentos, la instrucción doctrinal y la vida comunitaria, estando delante, en medio y detrás del Santo Pueblo de Dios como verdaderos y celosos guardianes de los redimidos por la preciosa Sangre que el Hijo de Dios ha vertido en su Gloriosa Pasión…”.
La disposición del corazón y la fuerza de la Eucaristía
Dirigiéndose a los sacerdotes dijo que “nuestras manos han sido ungidas para consolar, santificar, perdonar, consagrar, orientar, sanar, purificar, levantar, animar, socorrer, abrazar y bendecir”. Y enfatizó que “llevar la buena noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados, etc., no son las tareas propias de una correcta gestión administrativa o de una organización meticulosa y eficaz, se trata de servicios más complejos, arduos, calificados y delicados, que suponen una disposición concreta del corazón, ya que es ir al encuentro de los demás y compadecernos, conmovernos ante el hermano caído al borde del camino”.
A los fieles pidió que “recen por nosotros, pobres y frágiles servidores del Señor y su amado Pueblo”.
Volviendo a los presbíteros, les dijo: “Tengamos en cuenta que, para ser fieles al estilo de vida de Jesús, no se trata sólo de vivir el desprendimiento de los bienes materiales o del propio tiempo, sino, sobre todo, de entregar la propia vida. Éste debe ser el criterio, la clave determinante de nuestra existencia, de nuestras relaciones entre nosotros y con los demás”.
“Cada uno de nosotros -continuó-, para parecernos más a Jesucristo, ha de ofrecer siempre una palabra profética, ya que nuestro compromiso comporta una entrega al servicio de Dios y de la gente. Nuestra Caridad Pastoral encuentra su alimento principal y su expresión en la Eucaristía. La celebración de la Eucaristía es el cimiento, la raíz, la cima de nuestra vida sacerdotal, el misterio que llena nuestra existencia porque nos configura con Cristo, hace que ofrezcamos nuestra vida y que, a la vez, se vaya transformando. En la Eucaristía recibimos la fuerza que nos lleva a anunciar el Evangelio sin desfallecer, a ser creativos y a donarnos a todos, especialmente en este Año Jubilar, al que más necesita de una palabra, de un gesto o de una acción que robustezca su Esperanza”.
“Cultivar una relación personal con Cristo a través de la oración”
Asimismo, pidió: “Por favor, hermanos sacerdotes, jamás perdamos de vista que Jesús llamó a los apóstoles en primer lugar, para que estén con él y en segundo lugar, para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). Lo primero es estar con Él y aprender de Él, pues el enviado es ‘testigo’ de una experiencia. Los apóstoles a su lado aprendieron, sobre todo, a orar, a cultivar una relación familiar con Dios Padre, a conocerlo, a amarlo… Por eso, nuestro principal quehacer es cultivar una relación personal con Cristo a través de la oración. Somos sacerdotes las 24 horas del día y los 365 días del año: toda la vida y en la eternidad. Toda nuestra existencia es un don total a Dios y a los hermanos a ejemplo de Jesús, que donó su vida en la cruz para la salvación del mundo y que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate de muchos”.
Luego invitó a que “demos gracias a Dios por pertenecer a esta Iglesia Particular de Catamarca, bajo el cuidado maternal de la Virgen del Valle, la Pura y Limpia Concepción, y que nos ha elegido para servirla como pastores, ejerciendo el ministerio sacerdotal en nombre de Cristo Sacerdote. Por eso, saludo, abrazo y agradezco a cado uno de ustedes, queridos sacerdotes, por su trabajo pastoral en este tiempo complejo, lleno de desafíos, pero apasionante y prometedor. ¡Gracias, gracias!
Finalmente, rogó “a la Madre de los sacerdotes que nos siga guiando en nuestro quehacer diario, sosteniendo en nuestras dificultades y animando en nuestra entrega paciente y esperanzada, a fin de que seamos, para todos, auténticos testigos de la Esperanza Cristiana”.
Bendición de los Óleos y del Santo Crisma
Luego de la renovación de las promesas sacerdotales, fueron bendecidos los Óleos de los enfermos y de los catecúmenos; y se consagró el Santo Crisma con el que se administrará los Sacramentos.
A continuación, el Obispo entregó los óleos consagrados a cada uno de los párrocos de las 31 parroquias de los cuatro Decanatos: Capital, Centro, Este y Oeste, de la diócesis, como también de la Catedral Basílica, el Santuario de la Gruta, el Obispado y la comunidad franciscana.
Luego de la bendición final, el Obispo, los sacerdotes y los fieles presentes saludaron a la Madre del Valle entonando el Salve Regina en un clima de la fiesta.