
EDITORIAL
La declaración de la autonomía de Catamarca, de la que hoy se cumplen 201 años, ocurrió en un contexto de anarquía e inestabilidad institucional en la Argentina, que apenas llevaba cinco años como nación independiente y no lograba encauzar un proyecto político que sea capaz de contener a todas las facciones con pretensiones de hegemonía.
Con el acto de la declaración, Catamarca se separaba de la República de Tucumán y conformaba provincia propia. Le costó un tiempo largo lograr cierta estabilidad, pero el paso estaba dado.
La autonomía política alcanzada se mantuvo hasta la actualidad en el plano teórico. Pero en la práctica esa autonomía es a veces difícil de plasmar. Y lo es por la debilidad de Catamarca y de la mayoría de las provincias que se constituyeron a lo largo de la historia nacional, salvo las más grandes, ubicadas en la Pampa Húmeda, cerca de los puertos de Rosario y Buenos Aires, y favorecidas por el proyecto político-económico surgido luego de la organización nacional de 1853.
El federalismo es, también, más declamado que real. Es cierto que el pueblo de Catamarca tiene el derecho -y la obligación, claro- de elegir a sus gobernantes y a sus representantes en el Congreso de la Nación, pero la dependencia económica que padece suele operar como factor muy limitante de esa simbólica autonomía.
Las provincias en general y las más chicas particularmente, dependen de fondos nacionales que se distribuyen de manera discrecional. Si bien es cierto que la coparticipación llega de manera automática, los aportes no reintegrables a las jurisdicciones los decide el gobierno central, del mismo modo que el financiamiento de la obra pública. A cambio de estos beneficios, las provincias relegan todo el tiempo parte de su autonomía.
El historiador catamarqueño Armando Raúl Bazán lo dijo con claridad y contundencia: “Dolorosamente, debemos admitir que dicho proyecto (el de la autonomía provincial), notablemente concebido, ha sido desnaturalizado en la praxis política argentina; esto tenemos que decirlo con énfasis los historiadores, merced al análisis objetivo de nuestro funcionamiento institucional… y mientras ello suceda, seguiremos alzando gobiernos locales sin la posibilidad cierta de desarrollar los recursos naturales y humanos de nuestras provincias y de ponerlos al servicio de sus gentes”.
Tal vez por esta falta de eficacia práctica de la mentada autonomía es que la celebración suele pasar más bien inadvertida. Durante los últimos días se habló en Catamarca del tema no para reflexionar sobre su importancia histórica, o para denunciar su valor más simbólico que real, sino para averiguar si la administración pública trabajaba o no, lo que además denota ignorancia, porque se trata de un feriado establecido por ley y no está sujeto al arbitrio de los gobernantes, como los asuetos. Que la máxima preocupación de estos días sobre el tema es si había que ir a trabajar o no el jueves 25 de agosto es síntoma de la degradación de la celebración.
Fuente: El Ancasti
Fuente: El Chasqui Digital