El Manhattan Project es uno de los proyectos top secret menos secretos de la historia. Su misión era desarrollar científicamente la primera bomba atómica y, aunque reunió a investigadores, ingenieros y militares de diversos países, estuvo encabezado principalmente por Estados Unidos.
Los frutos que todo el mundo conoce de aquellas investigaciones se vieron en Hiroshima y Nagasaki: en agosto de 1945, las ciudades japonesas fueron víctimas de ataques nucleares por parte de EE. UU., marcando el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las bombas Little Boy y Fat Man, los únicos casos de uso de armas nucleares en combate en la historia, mataron unos 220.000 ciudadanos japoneses en el acto y más de 200.000 murieron como consecuencia de la sobredosis letal de radiación.
Pero estas no fueron las primeras explosiones de un arma nuclear: antes de ellas Estados Unidos probó su poderío con Trinity.
Trinity, la bomba nuclear de 20 kilotones que marcó el inicio de la Era Nuclear
A las 5:29 de la mañana del 16 de julio de 1945, en un rincón remoto del desierto de Alamogordo (Nuevo México), una luz más intensa que mil soles iluminó el cielo. Era el resultado de Trinity, la primera detonación de una bomba atómica.
Aquella explosión de 20 kilotones no solo confirmó que la humanidad había entrado en la Era Nuclear, sino que allanó el camino para los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki semanas después.
Diseñada como parte del ultrasecreto Proyecto Manhattan, Trinity fue una bomba de implosión de plutonio, un diseño distinto al de Little Boy, que usaba uranio enriquecido.
El artefacto, conocido como The Gadget, utilizó un núcleo de plutonio-239 rodeado por explosivos convencionales de alta precisión. Cuando estos explosivos estallaron al mismo tiempo desde todos los lados, comprimieron el plutonio con tanta fuerza que provocaron la buscada reacción nuclear.
La explosión vaporizó la torre metálica de prueba, creó un cráter de más de dos metros de profundidad, levantó una columna de fuego y escombros de 12 kilómetros de altura y fue visible a más de 60 kilómetros de distancia.
Fue el primer experimento exitoso que demostró que la energía del átomo podía desencadenarse de forma controlada —y devastadora— por medios humanos.
La explosión vaporizó la torre metálica de prueba, creó un cráter de más de dos metros de profundidad, levantó una columna de fuego y escombros de 12 kilómetros de altura y fue visible a más de 60 kilómetros de distancia.

Ensayos nucleares: del desierto al fondo del mar
Tras la detonación de Trinity en julio de 1945, comenzó una era de pruebas nucleares que se extendió durante más de medio siglo. Entre 1945 y 1996 se realizaron más de 2.000 ensayos nucleares en todo el mundo, en entornos muy distintos: desiertos, atolones del Pacífico, túneles subterráneos e incluso bajo el océano.
Las primeras pruebas se llevaron a cabo al aire libre, en la atmósfera. En estas explosiones, la radiación y los restos radiactivos se dispersaban libremente, lo que generó una creciente preocupación por la lluvia radiactiva. Solo Estados Unidos y la Unión Soviética realizaron más de 200 ensayos atmosféricos cada uno. Francia, Reino Unido y China también los llevaron a cabo, hasta que este tipo de pruebas fue prohibido en 1963 por el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares.
A partir de entonces, las potencias trasladaron sus pruebas al subsuelo. Allí, la mayoría de las explosiones se mantuvieron contenidas, aunque algunas liberaron partículas radiactivas al exterior si la onda expansiva alcanzaba la superficie.
También se realizaron ensayos submarinos, aunque en menor número. El primero fue la Operación Crossroads, en 1946, cuando Estados Unidos detonó una bomba en el atolón Bikini para estudiar los efectos de una explosión nuclear sobre barcos de guerra. En 1955, la Operación Wigwam llevó una bomba a 600 metros de profundidad para evaluar su impacto sobre submarinos. Estas pruebas generaron enormes columnas de agua y vapor, así como contaminación radiactiva que afectó a poblaciones, embarcaciones e infraestructuras cercanas.
Cada ensayo ofrecía datos valiosos sobre la potencia destructiva, el comportamiento del armamento y los efectos sobre el entorno y la salud humana, pero también dejó una huella ambiental y geopolítica que aún hoy persiste. Por este motivo, la presión internacional fue en aumento hasta que, en 1996, se abrió a la firma el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN), que prohíbe todas las explosiones nucleares en cualquier entorno.
El TPCEN, sin embargo, aún no ha entrado en vigor oficialmente, ya que varios países clave no lo han ratificado: China, EE. UU., India, Pakistán, Corea del Norte, Israel, Irán, Egipto y Rusia. No obstante, desde 1996 solo se han confirmado seis ensayos nucleares subterráneos, todos realizados por Corea del Norte entre 2006 y 2017.
El legado científico y tecnológico de Trinity
Más allá de su dimensión geopolítica y militar, Trinity supuso un hito sin precedentes en la historia de la ciencia aplicada y la ingeniería. El diseño de la bomba implicó avances radicales en múltiples disciplinas: física nuclear, química de materiales, metalurgia, explosivos de alta precisión, electrónica de alta velocidad y modelado computacional.
Fue también uno de los primeros proyectos de gran escala que combinó investigación científica, desarrollo tecnológico e infraestructura industrial, anticipando el modelo de los actuales megaproyectos científicos internacionales.
El ensayo permitió, por primera vez, observar los efectos reales de una explosión nuclear: la formación del hongo atómico, la generación de pulso electromagnético (EMP), la propagación de ondas de choque supersónicas y la peligrosa dispersión de material radiactivo, un fenómeno aún poco comprendido en aquel momento.
Además, sirvió como base experimental para el diseño de Fat Man, la bomba que días después sería lanzada sobre Nagasaki. Little Boy, en cambio, no fue probado antes de su uso, dado que su mecanismo se consideraba más simple.
Trinity también introdujo una nueva era de instrumentación científica. Se usaron cámaras de alta velocidad, sensores sísmicos, medidores de radiación y técnicas pioneras de telemetría remota para registrar datos en tiempo real a partir de un evento sin precedentes.
Hoy, 80 años más tarde, el mundo sigue viviendo bajo la sombra de aquel destello.