Un carrito que vende “lomitos mágicos”, le pone sabor, sonido y color a la plaza Huayra Tawa, que está ubicada a escasos metros del barrio 920 viviendas en la Capital.

En el lugar se escucha música latinoamericana. Suena “No le pegue a la negra”, una canción tradicional de salsa colombiana que escribió el cantautor Joe Arroyo. Más tarde sonará “Atrevete te te” de Calle 13, pero interpretada por una mujer.

El foodtrack, en honor a la plaza, luce flores y cardones sobre la chapa. Está rodeado por luces de diferentes colores que le dan un tono ameno. Es como el maquillaje de una plaza cuyo sistema de iluminación posee un color que se acerca más a la luz mortecina.

Y también hay gente. Es que desde que “El Brujito” se instaló, hace seis meses, se convirtió en el puesto de comida que eligen políticos, el sereno de la escuela más próxima, grupos de amigos que salen de jugar al fútbol y también los changos del barrio.

Para Alan Vergara (29), dueño del carrito, “no hay un estrato social determinado” entre los comensales y eso es algo que a él junto a los cocineros de su staff, Tamara Wilfred (27) y Joel Sotomayor (28), les encanta. Consideran que “es una de las cosas más lindas que se dio”.

Los sándwiches son un tema aparte. Tienen nombre de diosas mujeres, tal como figuran en su carta de presentación que incluye 5 variedades de carne, 4 vegetarianas y van desde los $80 pesos para arriba. Pero, a veces, los regalan: “Si alguien nos llama y no viene a buscar el lomito, cuando cerramos, salimos y buscamos a gente que anda en la calle y le regalamos el lomito. O por ahí viene gente y está dudando porque no llega (con la plata) y le hacemos un precio”.

La gente que se acerca es de diferentes edades. De tanto en tanto, Alan se detiene y cambia palabras con ellos. Busca críticas o sugerencias con respecto a los lomitos.

“El Brujito”, es una historia que su dueño le cuenta a El Esquiú.com en una noche de día de semana.

“Esto empezó en un viaje. Estaba en México y trabajaba en una combi que vendía tacos y mariscos. Me gustó la onda, estábamos frente al mar. Iba mucha gente, era muy divertido para mí. Me gustaba lo que se generaba: había muy buena música, la gente comía y se quedaba. Era mucho más que un carro de comida al paso”, recuerda Alan, que ya no es tan pibe como hace un par de años, cuando empezó a viajar por América.

Tamara, Alan y Joel en una de las tantas noches de trabajo en “El Brujito”.

– ¿Por qué te vas a México?
– Me fui en el 2014. Salí viajando desde Catamarca, recorrí Sudamérica, después pasé a Centroamérica. Fui recorriendo país por país y llegué a México. Iba viajando, conociendo, trabajando. A mí me gusta cocinar, entonces a medida que voy viajando, voy descubriendo la comida del lugar. Voy probando, descubriendo sabores. Cuando llegué acá a Catamarca, conocí a un amigo que había trabajado en el circo. Le conté que estaba buscando una combi, que tenía ganas de hacer un proyecto más o menos así (como “El Brujito”) y me dice: ‘Yo viajé en una combi de un circo que se fundió acá en Catamarca, nosotros la dejamos en un taller. Nosotros seguimos viajando con el circo, íbamos a volver a buscarla en un tiempo y el circo se fundió. Entonces, el dueño se volvió a La Pampa, vendió los camiones y quedó en el taller’. Entonces le digo: ‘Vamos a ver si está ahí’. Fuimos y estaba en el taller. Estaba desde el 2001 al 2016. Abandonadísima. Hablé con el dueño del circo, depositamos dinero y nos mandó los papeles de la camioneta. La llevamos prácticamente arrastrando. De hecho no la logramos levantar hasta después de mucho tiempo. Hubo que hacer un montón de trabajo. Llevó mucho tiempo de lijado, armar la estructura, el piso. Nos obsesionamos con hacer un lindo trabajo y muy artesanal. Nos llevó 22 meses.

El nombre del carrito surgió en uno de los tantos viajes que hizo. Y casi que por iniciativa de sus amigos. “Mis amigos, con los que viajábamos mucho tiempo juntos, me decían ‘El Brujito’ porque hacia gualichos y me gustó. La carta, por ejemplo, son todos nombres de diosas mujeres. Nos tomamos el atrevimiento de llamarle a cada lomito una obra y esa obra lleva el nombre de cada diosa, para jugar un poco con la secuencia. La gente viene y pregunta mucho de que se tratan los nombres”, explica.

Pero la incertidumbre y la inseguridad jugaron su papel cuando gestaron este proyecto, porque se cuestionaban si daba vender sólo lomitos. “En el fondo estamos contentos porque salió bien. La gente se adapta. Me sorprende mucho que los niños comen sabores muy elaborados, comen verduras. No me lo esperaba”, agrega Alan.

– ¿Cómo es el encuentro del comensal con la carta cuando llega?
– En general, se separan por públicos. A las mujeres les llama mucho la atención la opción vegetariana, la variedad, los nombres, se contagian por ahí. Los hombres más grandes llegan diciendo: ‘A mí dame el clásico’. Y después que lo prueba al clásico, vuelve y dice: ‘Che y ¿qué más tenés? A ver, dame uno de esos especiales’. Muchas veces ellos mismos traen a los hijos después. Me ha pasado. Otra cosa que me ha costado, es el tamaño del lomito. No es un lomito kilométrico, pero la gente se llena con lo justo. La manera de trabajar ha sido muy desarrollada, hemos probado mucho tiempo.

Otra de las sorpresas que se llevaron, fue el aguante de los vecinos. A sabiendas que el foodtrack está permanentemente en la plaza, quienes viven cerca le dan una mano: “Los vecinos cuidan el carrito, nos ayudan. Era una plaza que estaba olvidada y que a través del carro, empezó a tomar un poco más de vida. Antes había otro tipo de juntadas en la plaza. Está teniendo otra dinámica”.

Alan y sus compañeros no le esquivan a otras responsabilidades que asumieron anteriormente para con la plaza y la comunidad. “La idea de la propuesta (de ‘El Brujito’) cuando la presentamos en la municipalidad, es un proyecto con responsabilidad social, revalorizar un espacio público. Pusimos más plantitas, vamos regando, pero nuestra idea es hacer muchas más cosas acá. Acá, nuestro sueño es poder generar un pequeño taller en el futuro, con un pequeño escenario. Un taller para niños, que esté vinculado al arte, al cine, al teatro, a la pintura o las artes plásticas. Y también nos gustaría, porqué no, hacer una huerta comunitaria en la plaza. Qué los niños vengan a aprender, a vincularse, a conocer el valor del alimento”, asegura.

El origen de los comensales, es otra de las medallas que se cuelgan en “El Brujito”. Es que, reciben a gente que llega desde Miraflores (Capayán), San Antonio (Fray Mamerto Esquiú), Capital y desde la docta. “Viene mucha gente de Córdoba, es el punto más lejano. Nos han dicho: ‘Quiero ir porque me lo recomiendan’. Y pasaron por acá. Que te motive ir a probar un lomito me pareció muy loco”, presume.

– ¿El que llega acá, llega por el boca a boca?
– Sí, porque mucha publicidad no hacemos. A veces ponemos $30 pesos en Facebook. No publicitamos en medios.

– ¿Cuánto cuesta sostener un emprendimiento hoy en día con la situación del país?
– A nosotros nos cuesta todo el tiempo. Tratamos de mantener los precios por una cuestión de principios. No queremos ser parte de la inflación. Sin embargo, los proveedores cada vez que pueden, especulan con la subas. Hay muchas cosas que nos venden los proveedores hoy que han subido un porcentaje más alto que el dólar. O subas más altas que las que tiene el combustible.

En un futuro no muy lejano, se asoma otro carrito. El próximo estará destinado a preparar y vender comida mexicana con las recetes “como son”. Quieren salir a la ruta, haciendo un recorrido por el interior y el país.

Tamara y Joel son fundamentales en “El Brujito”. Todas las semanas, de martes a domingo, dedican horas a la preparación de los lomitos y atienden a una gran cantidad comensales por noche. En cuanto a la relación que tienen entre los tres –incluyendo a Alan–, este último comenta que “los chicos tienen las llaves de todo. Abren, cierran. Se manejan con total tranquilidad, libertad, confianza. Son súper comprometidos, se los cuida. En los momentos difíciles nos apoyamos un montón. Hemos cerrado muchas veces en momentos difíciles porque estábamos acompañado a un compañero, que nos parece mucho más valioso que abrir (el negocio). Somos muy sensibles a esas cosas”.

– ¿Qué más es “El Brujito?
– El Brujito me permite ayudar a un montón de gente. Es una herramienta, un lugar de satisfacción personal desde el cual me gusta hacer cosas. No es un aparato. Tiene un espíritu.

Atención al público:
“El Brujito” está en la plaza Huayra Tawa y abre de martes a domingo, en el horario de 21:00 a 00:00. Para encargos, tiene la siguiente línea telefónica para llamadas y/o mensajes de Whatsapp: 3834-236975.

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